
Érase una vez un niño…
No, no me gusta este principio, no es real, esta no es la historia de un niño que descubre un nuevo mundo mágico y que sus padres no son sus verdaderos padres sino que son unos monarcas nobles y bondadosos con un extraño sentido de la responsabilidad parental.
No, tampoco es la historia de un chico de 16 años que no entiende un mundo en el que nadie le ha dicho cuales son las reglas del juego, un chico enamoradizo al que nada le sale bien y poco a poco va descubriendo el mundo adulto y no le gusta.
Y menos es la historia de un hombre que descubierto que ha dejado atrás los ideales de juventud y lo único que tiene es una mujer que no le quiere y un trabajo que no le gusta
No, esta es la historia de mi vida.
Me levanto de la máquina de escribir dejando esa fatídica frase manchando el papel y miro por la ventana. La lluvia cae sobre la ventana creando extrañas danzas y en el fondo puedo ver como el agua golpea las fauces de una ciudad gris en los que la magia y el misterio han muerto hace siglos.
Sonrió, estoy mintiendo, no fue hace siglos, solo hará veinte años. La historia de mi vida no es mi historia, es la suya.
Erase una vez un hombre con un portátil…
******
La lluvia choca contra la ventanilla del coche, mientras mi cabeza está apoyada contra el cristal miro como las gotas de agua crean una especie de danza con el viento, un baile de giros, saltos y movimientos sensuales sobre el vidrio que me hipnotiza durante la mayoría del viaje. La gente no suele apreciar este tipo de cosas, pero para una persona de 16 años al cual le ahoga la rutina camuflada de instituto y actividades extraescolares, los amores desperdiciados y los pocos amigos estos momentos eran mi pequeña isla de relajación.
En el coche suena de fondo una canción de los Beatles. Un cigarrillo pasa de un lado a otro en la boca de un hombre que ha pasado días mejores mientras murmulla entre dientes que eso si que era música y cosas así, un viejo discurso de mi padre que hacía tiempo que me había dejado de interesar.
Cerré los ojos y me deje llevar por la música. Mi mente vagaba por el universo mientras me decía a mí mismo, necesito vivir, necesito emoción, necesito magia...
Y entonces abrí los ojos
Y entonces lo ví
La lluvia parecía no molestarle, era como si no le tocara. La gente corría de un lado a otro buscando los portales mientras él estaba sentado en el suelo con un viejo abrigo largo y oscuro mientras movía sus dedos con rapidez sobre un viejo portátil. La cara estaba cubierta por una rizada barba castaña y en su cabeza un sombrero colocado apuntando hacia arriba. Su figura podría confundirse con la pared en la que estaba apoyado si no fuera por sus ojos, ojos negros como el vacío, un vacío que parecía absorber todo lo que le rodeaba, unos ojos que parecían esconder toda la sabiduría del mundo.
Eso es lo que ví, pero la verdad es que pensaba que simplemente era un friki que le estaba robando la wifi a algún incauto. El coche paso de largo y no volví a pensar en el.
Hasta el día siguiente.
La noche había congelado el agua que había dejado la lluvia y la luz del día debilitada por las nubes no había ganado la batalla del ciclo del agua por lo que charcos de hielo reinaban por doquier. Se acercaba una ola de frío y la ciudad quiso darle la bienvenida a lo grande. Yo volvía a hacer el camino de todos los días a hacer un montón de cosas que en el fondo sabía que no me interesaban. Mi padre volvió a mascullar algo entre dientes sobre que el conductor de delante iba dando bandazos, yo no le hice caso y cerré los ojos pensando que quizás así el viaje se me pasaría más rápido, pero un grito me devolvió a la realidad, el coche de antes había salido de la carretera y choco contra una vieja pared que reconocí al instante. Al lado de un viejo deportivo destrozado contra un muro estaba sentado el hombre del día anterior con el mismo ordenador, la misma ropa, los mismos ojos negros que todo sabían. Sin inmutarse, ni siquiera levantarse ni mover la mirada a otro lugar que su ordenador, le dijo a un aterrado hombre a su lado.
- Llame a una ambulancia, este hombre ha sufrido un infarto.
Y sin más siguió escribiendo.
En el tiempo que pasó entre el accidente y cuando mi padre se pudo marchar camino a otro lugar lejos de allí el hombre solo se movió una vez, subió la mirada y me miro, pude ver su sonrisa blanca brillar y su cabeza ladearse un poco mientras sentía que sus ojos sondeaban todo mi ser. Cuando no pude más aparté la mirada y cuando mis ojos volvieron hacia él, el hombre había regresado a su tarea con el portátil.
Llegue a casa horas más tarde con un cansancio sobrehumano y me tiré sobre la cama sin cenar. Me puse el pijama y apague las luces, después que mi agotamiento me hiciera meterme entre las mantas sin intención alguna de atrasar ese abrazo de Morfeo que tanto necesitaba. El sueño iba sumergiendo en una niebla mi mente pero de repente un viento helado la despejó y el sudor empezó a brotar por todos mis poros, mis ojos se abrieron más que nunca y sabía que aquella noche no iba a dormir.
¿Cómo sabía que el conductor había sufrido un infarto?
*******
Los días pasaron lentamente, y cada día me cruzaba con él. Mis ojos le buscaban con avidez siempre que pasábamos por esa calle y si alguna vez me despistaba y no le veía andaba de mal humor todo el día. Le contaba la anécdota a cada persona que me encontraba, pero para evitar que se rieran de mí por mis locuras lo arreglaba riéndome de él. Quería convencerme que no era más que un friki robando wifi y así se lo contaba a todo el mundo. Prometo que por un tiempo hasta me lo creí. Pero en el fondo sabía que me estaba obsesionando, necesitaba saber, saber quién era, porque estaba ahí, que escribía cada día en su portátil. Necesitaba saber su historia.
Pasaba las noches pensándola, escribiéndola. Lo convertí en un pirata informático, en un multimillonario excéntrico, en un agente en una operación secreta para salvar al mundo, fue mi ángel guardián, fue la muerte y fue el demonio, a veces lo era todo a la vez.
Escribí su historia cada noche, y cada mañana arrojaba el papel al suelo, arrugado y roto, porque esa historia no era digna de él. A veces me armaba de valor, y cuando tenía que volver a casa andando daba un pequeño rodeo para pasar delante de él. Cuando lo veía respiraba profundamente y pensaba en que preguntarle, que podía decirle que no me hiciera parecer un chalado. Se me ocurrían mil frases ingeniosas, mil excusas para hablar y mil formas de averiguar su historia, pero cuando adoptaba la pose perfecta que creía que necesita para empezar a hablar y me acercaba a él, siempre, siempre pasaba de largo.
Me decía que era por vergüenza o miedo de quedar mal delante de un desconocido, pero me estaba mintiendo a mí mismo, lo que de verdad me daba miedo era descubrir su historia. Descubrir que no era nadie, que no era nada, una historia estúpida en un mundo estúpido, que fuera una persona normal y nada más. Me aterrorizaba pensar que todas mis obsesiones apuntaban a ninguna parte, que al desaparecer el misterio el oro se convirtiera en plomo y que la magia desapareciera.
Así pasaron los días, y después las semanas, y finalmente los meses. Viendo por el día a aquel hombre escribir en su viejo portátil y por la noche escribir yo sus historias. Llegaba a desesperarme por mi incapacidad para explicar que es lo que escribía con tanta insistencia en su ordenador, mientras yo empezaba a dudar sobre mi cordura y mis verdaderas razones para hacer todo aquello. Mi mejor amigo era un hombre que no conocía y ahora mismo estaba escribiendo que en realidad era un alienígena llamado Jeff que vendía estrellas por internet. Ahí decidí dejar de escribir, ahí decidí que había ido demasiado lejos y que tenía que acabar con esta locura.
Aparentemente el decidió lo mismo.
Al día siguiente me sentía bien, como si hubiera dejado un gran peso atrás y que el resto de mi vida iría rodada. Descubrí que había dejado un poco olvidados por todo esto a varios amigos e incluso me había olvidado de aquella chica que hacía tanto que me gustaba. Hoy me iba a comer el mundo. Todos vieron mi sonrisa, mi buen humor, incluso me atreví a hablar de forma desenfadada con ella, y ella me sonreía de esa manera que solo saben algunas mujeres que hace que todas las penas del mundo desaparezcan.
En el coche de camino a casa iba con una sonrisa y estaba preparado para despedirme de mi amigo para siempre. Al pasar por su calle baje la ventanilla, cuando lo viera iba a hacer un gesto de adiós para decirme a mí mismo que se había acabado todo. Nunca llegue a hacerlo. Él ya no estaba.
Cerré la ventanilla y mi sonrisa desapareció, se había ido. ¿Por qué?
******
Los días volvieron a pasar y yo intentaba no pensar en ello, cada día me forzaba un poco más. Me divertía y hacía el idiota con mi gente, y cada día iba un poco más lejos con la chica de la que me estaba enamorando. Hablábamos durante horas sobre cualquier cosa, mi timidez crónica me impedía ir más allá, pero a veces ella me cogía de la mano, me abrazaba, o me daba un simple beso en la mejilla y yo pasaba el resto del día saltando y bailando de pura felicidad. Había dejado atrás en menos de una semana al hombre que era. Era feliz y siempre iba con una sonrisa. Hasta que mi coche pasaba por esa pared, y la veía vieja, fea y solitaria sin ese hombre que se había convertido en mi obsesión, en mi juego.
Volví a pasar las noches en vela, no escribiendo su historia, sino a donde había ido, y todas las historias me llevaron al mismo sitio. El hombre había decido abandonarme porque yo había decidido abandonarle a él. Y cada vez que veía esa pared recordaba que ya jamás sabría su historia. Y sabía que mi historia sería dársela a él.
El único consuelo de verdad que tenía, después de haber dejado atrás todo, a él e incluso a mi mismo por intentar ser feliz eran esas veces que conseguía unos minutos para hablar con la mujer de mis sueños y conseguía una de esas sonrisas que hacían volar todas las cosas.
Las noches se volvieron largas y tenebrosas mientras los fantasmas de ese hombre y esa mujer volaban sobre mí cabeza y sabía que mientras no ganara ninguno de los dos no podría volver a dormir tranquilo. Así que la decisión era sencilla. Al día siguiente ella sería mía.
Me vestí con mi ropa favorita, me puse esa colonia que sabía que le encantaba y me dirigí al coche para una mañana de instituto que sabía que no sería fácil de olvidar.
Estaba feliz, todo tenía que salir perfecto, por como actuaba conmigo sabía que le gustaba así que andaba sobre seguro.
Al pasar por la calle de siempre miré a donde solía estar él por instinto. Ahí estaba. La misma ropa, el mismo ordenador, los mismo ojos dirigidos hacia mi fijamente, y cuando nuestras miradas se cruzaron sonrió y me guiñó un ojo. Mi sonrisa desapareció y el sudor volvió a brotar.
El coche se alejó y yo conseguí respirar. No pasa nada, esto no va a cambiar nada. Al llegar a mi instituto baje con una sonrisa. Miré alrededor y vi todo más limpio, más bonito, más feliz, aquel iba a ser mi día. Los minutos eran devorados con avidez y las clases volaban con facilidad. Mis amigos me hablaban y alguien increíblemente parecido a mi les respondía pero en realidad no era yo. Yo volaba lejos de allí esperando el momento de hablar con ella.
Y llego el recreo, yo baje con la frente alta y completamente seguro de mi éxito, hoy se acabarían todas las locuras, todas las idioteces y solo quedaríamos ella y yo. La vi acercarse como si fuera un ángel caído, bella pero impredecible perfecta pero lejana. Y vi sus labios moverse y mis oídos oyeron
- Quería hablar contigo.- Dijo mientras me miraba fijamente a los ojos.
Dios, esto va ir mejor de lo que pesaba, creo que va a ser ella la que me va a revelar sus sentimientos. Volvió a hablar.
- Creerás que estoy loca, casi no me conoces pero tengo que decírtelo.- Rompiéndome con una sonrisa esperó que le respondiera.
- Estás loca, por eso me caes tan bien.
- O eso, o es que tu también puede que estés loco.
- ¿Quién sabe? Es bastante probable.- Y se rió, adoro su risa
- ¿Usaste colonia hoy? Me pareció olerte desde la otra clase.
- Es posible que usara un poco de más. ¿Bueno que querías decir?
- Tú has sido una persona especial para mí todo este tiempo, ¿lo sabes verdad?
- ¿En serio? Algo me había fijado. – una sonrisa de idiota asomó mis labios.
- Quiero que sepas algo de mí, sobre… mis sentimientos.
- Usted dirá- me estaba empezando a pasar de listo.
- Intuyo que ya sabes algo, pero quería que lo supieras por mí.
- Escúpelo mujer, no te hagas de rogar.
- Roberto me ha pedido para salir,y ¿sabes? Creo que puede ir muy bien, bien de verdad
- Oh... ¿si? Genial… espero que os vaya estupendamente, tengo que irme.
Parecía que iba a decirme algo más pero calló. Mi cabeza se había ido a alguna parte fuera de mí y mis pies me guiaban hacia ninguna parte. Me fui del instituto y caminé sin rumbo durante lo que me pareció una década. Anduve y anduve sin parar hasta que mi cabeza volvió a mí y con ella trajo toda la ira que encontró por el camino. Mi puño salió disparado contra la pared y de mi boca también salió un grito al descubrir que mis nudillos eran más blandos que el granito. Miré la pared manchada con mi sangre y me pregunte como había sido tan idiota. Me senté contra la pared lanzando la chaqueta contra el suelo y respirando profundamente para tranquilizarme. Las palabras iluso y estúpido brotaban periódicamente de entre mis labios y en lo único que pensaba era en volver a ser el de antes. Volver a ser el mismo marginado estúpido. Y así pasaron los minutos y las horas con las piernas pegadas al suelo mientras empezaba a llover. Cerré los ojos un momento para intentar pensar con claridad, me di cuenta que eran más de las 5 de la tarde y aun no había pasado por casa. Mis padres estarían preocupados y tendría que dar un montón de explicaciones. Me levante y empecé a andar buscando el nombre de la calle para poder orientarme, hasta que me di cuenta en donde estaba. La pared que había golpeado y donde ahora mi sangre empezaba a secarse era la misma pared donde mi viejo amigo se sentaba cada día. Avancé un poco y allí lo vi mientras escribía sobre su portátil, moviendo con avidez sus finos dedos de pianista y sus ojos recorriendo las letras que acababa de dejar. Mi mente funcionaba a toda velocidad hasta que una frase borró todas las demás. “¿Qué puedes perder?”
Me acerqué lentamente, como un gato acechando a su presa, era un baile, el mismo baile que miraba en las gotas de lluvia la primera vez que lo vi. Mi cuerpo mojado y dolorido se movía con la decisión y determinación de aquel que ha comprendido su destino. Llegué junto a él y no se inmutó, había pensado miles de veces en este momento y creado mil situaciones pero nunca me había esperado que fuera así. Yo completamente mojado y probablemente con una mano rota. Revisé en mi cerebro las mil frases perfectas para comenzar a hablar a ese hombre que tanto me obsesionaba, respiré hondo y al fin conseguí decir:
- Ho.. Ho-la
Su cabeza se movió lentamente hacia mí, sus ojos se posaron sobre los míos y parecía que iba a desaparecer dentro de su negrura. Pero de repente entre las tinieblas de esos dos círculos pude ver una especie de brillo, los labios comenzaron a levantarse formando una sonrisa casi lobuna y después abrirse esos labios con la expresión de aquellos que van a decir algo grande para la humanidad.
- Naranjas… Sí, las naranjas serán perfectas.
Sonreí, estaba perdiendo el tiempo. La única historia que tenía ese hombre era la que empieza por, “erase una vez un pirado con mucho tiempo libre”. Volveré a casa, tendré la bronca correspondiente y todo volverá a ser como antes… aburrido, frío, decepcionante, pero tranquilo, muy tranquilo.
Me di la vuelta dispuesto a olvidarlo todo de nuevo y volver a meterme en mi pequeña burbuja.
- Ella no es tu historia muchacho, es la de otro.
Mi cara se volvió hacia él con tanta velocidad que pensaba que mi cuello iba a partirse.
- Además, las historias de amor están sobrevaloradas, todos son iguales y no cuentan el verdadero final, cuando ella encuentra a otro, o cuando él se cansa con el paso de los años porque ella ha perdido su belleza. Las historias tienen dos finales, en el que el narrador deja de interesarle la historia, y en el que ocurre después. Realmente un buen final solo es el principio de otra historia
- ¿Q- que has querido decir con eso?
- Nada más sencillo la verdad, el narrador cuenta la historia que le interesa pero luego los personajes siguen existiendo, viviendo, sintiendo, las historias nunca acaban. Empezar una historia es como lanzar una piedra a un estanque infinito, las olas seguirán existiendo, y cada roca que lances solo hará que aumenten las historias.
- No, no me refiero a eso, sino a lo de antes, lo de la historia de otro.
Una media sonrisa conquisto su cara y unos ojos llenos de malicia me miraron mientras respondía.
- No sé, quizás solo sea un loco con mucho tiempo libre ¿no?
Di un par de pasos atrás, estaba empezando a tener miedo de ese hombre, ¿lo había dicho porque lo había pensado o por pura casualidad? Mis labios temblaron unos segundos hasta que me atreví a volver a hablar.
- ¿Quién eres?
- ¿Quién soy? La verdad chico, esa puede ser una pregunta brillante o la pregunta más estúpida que has hecho jamás. Pero como ahora mismo no quiero entrar en debates filosóficos sobre la realidad individual prefiero tomarla como una estupidez. Yo soy yo, soy un tipo que está sentado en el suelo trabajando, y tú eres un chico que lleva mirándome un tiempo desde su coche como un idiota.
- ¿Siempre hablas tanto para no decir nada? ¿O es solo que te apetece tomarme un poco el pelo?
- ¿Por qué no ambas? Además, yo solo respondí a lo que me preguntaste.
- ¿Cómo te diste cuenta de que te observaba?
- ¿Te crees James Bond o algo así? No eres lo que se llama un maestro del disimulo.
No me había imaginado nunca, en todas las veces que había planeado esta conversación, que podría siquiera parecerse a la retahíla de insultos y frases sin sentido que estaba recibiendo. Necesitaba respuestas para preguntas que no estaba muy seguro de cómo formularlas, o si siquiera quería hacerlas, y lo único que había entendido hasta ese momentos es que era idiota.
- ¿Cómo supiste que aquel conductor había tenido un infarto?
- ¿Esa pregunta es de quesito? Se apretaba el pecho justo antes de chocar, no hace falta ser un genio para suponerlo
- ¡Pero si ni siquiera mirabas para el coche!
- Lo vi de la misma manera que vi como me espiabas, prestando atención, supongo que tú eres de los que miran pero no ven. Como casi toda la humanidad, estáis demasiado absortos en vuestras cosas para ver algo más allá de vuestros ombligos.
Le miré a los ojos, y me rendí, lo sé quizás fue algo pronto pero no era el día para recibir insultos. Me di la vuelta y empecé a caminar, lo que antes había sido un poco de mal tiempo se estaba convirtiendo en un temporal, las gotas de agua estaban convirtiendo mi ropa en un pesado lastre y me empecé a dar cuenta de lo horriblemente cansado que me sentía.
Pero entonces sucedió algo, mire hacia atrás y el hombre había hecho una cosa que al igual que los insultos no me esperaba en ninguna de las conversaciones que habíamos tenido dentro de mi cabeza. El hombre se había levantado. Su caminar era suave y grácil, como si sus pies no tocaran el suelo y el agua no rozara su cuerpo. Caminaba como aquellas personas que han vivido lo suficiente para saber que la felicidad puede encontrarse en un paseo bajo la lluvia. En su cara, una media sonrisa, como si se riera de alguna pequeña broma privada mientras sus ojos estaban dirigidos a mí. Al cabo de unos segundos él llego hasta mi, su brazo se movió lentamente y extrema suavidad apoyó su mano sobre mi hombro.
- No, tú no eres como el resto de la humanidad. Tú me has visto a mí.
Hundió sus ojos en los míos como si esperara una respuesta, pero al ver que no la había continuó.
- Me has visto a mí, y créeme poca gente me ha visto. ¿Quién soy? Lo averiguarás.
Su sonrisa se había esfumado y mi voz se había ido con ella. Solo podía escucharle y mirar la negrura en sus pupilas que parecía absorberme, como si quisiera enseñarme mundos más allá de lo que hay.
- ¿Estás cansado verdad? Cansado de todo, harto de este mundo y de no encajar en el, cansado de no saber quién eres y de buscar algo que ni siquiera sabes lo que es. Yo te ayudaré con eso yo te diré quién eres y qué eres. Vete a casa, duerme, y mañana por la mañana ven conmigo. No habrá clase, no te preocupes
- Pe.. pero si es martes.
- Duerme.
- ¿Pero por qué todo esto?
- Porque yo también estoy cansado muchacho, no te imaginas cuanto. Duerme.
****
La voz del director resonó en mi cerebro al escuchar que por algún motivo había explotado la caldera. Toda una semana sin clase por los destrozos causados, y era posible que después nos movieran a otros institutos si los desperfectos no estaban solucionados de aquella.
Cuanto más avanzaba por la calle mas enfadado estaba, ¿Cómo se había atrevido a hacer eso? Podía haber salido alguien herido, incluso haber muerto. Y causará muchos problemas a aquellos que no tengan cerca otro instituto, ¿Qué demonios había pensado? Lo vi en su sitio de siempre sentado esperándome, al llegar me miró y sonrió.
- Esto de las naranjas promete muchacho, es una mina, es justo lo que necesitaba para mi trabajo, es inesperado pero a la vez bello. Me gusta me gusta.
- ¿Has sido tú?- el fuego salía de mis ojos por la furia y su única reacción fue la sonrisa que se dedica a un niño que no entiende el mundo.
- Mmm, es complicado. No, no he sido yo. Pero quizás en última instancia podría echárseme a mí la culpa, ya lo entenderás.
Y con un gesto suyo comprendí que si seguía por ese camino quizás no me gustara el destino.
- ¿Qué es eso de las naranjas?
- Mi trabajo. Bueno a lo que me estoy dedicando ahora mismo solo, no lo es todo, simplemente es una de las señales. Cada día es más difícil encontrar buenas señales, aún recuerdo lo de la zarza ardiendo, cuando lo pienso no puedo parar de reír. ¡Una zarza ardiendo! ¿No te parece ridículo?
- ¿Sí?
- Buena respuesta para cuando no tienes ni idea de que te estoy hablando.
- ¿Soy un idiota no?
- No más que la mayoría. No te preocupes, con el tiempo se curará. O eso espero. ¿Te sigue doliendo la mano muchacho?
- No demasiado, lo que más duele es el orgullo.
- Bah, la humanidad tiene sobrevalorada el orgullo, es mucho más fácil de tragárselo de lo que la gente cree. Las personas acaba perdiendo la dignidad por no perder el orgullo, es triste.
- Hablas de la humanidad como sino pertenecieras a ella.
Solo una sonrisa recibí como respuesta. Cuanto más conocía a ese hombre más miedo le tenía. Sus palabras siempre parecían saber lo que pensaba y su eterna sonrisa lobuna hacía que mi sangre se helara. Me daba cuenta de cuantas más preguntas hacía menos sabía del y de una forma u otra se escapaba de lo que de verdad quería saber.
- ¿Cómo te llamas?- Me atrevía a decir tras unos segundos observando sus dientes afilados.
- Oh, por supuesto. Permíteme presentarme, soy un hombre de fortuna y gusto.
- ¿Eso no es una canción de los Rolling? ¿La que habla del diablo?
- Enhorabuena. Poca gente aprecia la buena música. Pero lamento defraudarte, no soy Lucifer, no es mi estilo. Aunque tengo tantos nombres como él.
- No me dirás que eres Dios.
Una carcajada que enfrió todas mis venas salió de su garganta. Se rió durante lo que a mí me parecieron horas pero quizás solo fueran segundos y de repente su faz se volvió seria y oscura y me miró fijamente, ladeando un poco la cabeza, como cuando un lobo se pregunta si esa será su siguiente presa.
- Ven conmigo.
Se levantó dejando su ordenador en el suelo y empezó a andar, yo fui tras el preguntándome como tenía el valor de dejar allí solo el portátil. Volví a recordar esa mirada y supe que nadie lo robaría por la cuenta que les traía.
Caminamos unos minutos hasta que encontramos un viejo edificio de madera casi en ruinas. Le seguí hasta dentro donde encontramos unas escalera que parecían un monumento a la putrefacción, pero mi guía ni corto ni perezoso las subió sin que los escalones hicieran el mas mínimo crujido por sus pasos. Al llegar a la cima me miró y esperó hasta que yo subiera. Subí lentamente cada escalón de la larga escalera esperando a ver a donde me llevaba mi extraño guía y hasta llegar a la azotea no paramos de desafiar a la suerte en esa escalera.
Pude ver una visión de la ciudad espectacular, la calle del edificio estaba situada en una colina y no había ningún edificio más grande delante que estropeara la visión. Una ciudad gris abría sus fauces hacia mí, era bella en cierto sentido, una belleza gris y triste, pero bella al fin y al cabo. El hombre esperó unos minutos mientras disfrutaba de la vista hasta que volvió a hablar.
- En esta ciudad habitan unos tres millones de personas. Cada calle, cada edificio, cada piso y cada ventana tiene su pequeña o gran historia.
- Si…- fue lo único que pude decir.
- Todas las personas tienen su historia, todos y cada uno. Cada historia tiene sus héroes y sus villanos, sus amigos y sus traidores. Cada persona es una novela. ¿Qué digo? Una saga, donde habitan todos los géneros literarios: amor, drama, acción, erotismo.
Hizo una larga pausa, como si disfrutara del efecto teatral que estaba creando.
- En esa ventana de allí dos gatos se enamoraron y tuvieron una camada, al cabo del tiempo uno de sus hijos se enfrentó a su padre y se acostó con su madre. Típico de los gatos ¿eh? En esa, una mujer se está muriendo y sus hijos no lo saben, cáncer. Venderá todo lo que tiene, que es ella misma, para que después de su muerte quede algo para que puedan vivir. Solo tres de sus 4 hijos llegaran a los 23 años. Dos de ellos acabarán en la cárcel. Pero uno cumplirá el sueño de su madre e irá a la universidad.
Mis ojos se abrían más por cada palabra que estaba diciendo. El miedo estaba pasando a terror a pasos agigantados.
- Allí en ese portal unos hombres intentaron dar una paliza a otro, hasta que un hombre desconocido se puso en medio y lo salvo. Que un hombre que no conociera le salvara le inspiró, pues era escritor, y escribió la novela de su vida. Están a punto de publicarla, no será un best seller, pero se sentirá orgulloso. ¿Lo entiendes muchacho? Por las calles de esta ciudad han nacido y han muerto miles de personas, cada uno con su historia. Todas únicas y diferentes.
- ¿Cómo sabes todas esas cosas? ¿Por qué me lo cuentas? ¿Quién eres?
Su única respuesta fue una mirada directa a mis ojos y una cara que me decía claramente que no quería saber la respuesta. El terror se apoderó de mí y mis pies se encaminaron hacia la puerta. La abrí de una patada y corrí por las destrozadas escaleras. Uno de los escalones se rompió y con ella la mitad del tramo de la escalera. Intenté agarrarme a alguna parte, pero mi mano dolorida soltó un crujido y el grito de dolor que salió de mi boca hizo que soltara el cacho de madera que me sujetaba a la vida, y caí, caí hacia una muerte segura. De repente su mano agarro mi brazo y me levantó en el aire como si tuviera el mismo peso que un niño de 5 años y me llevo a rastras hasta la azotea de nuevo como si el depredador hubiera conseguido su presa y quisiera alimentarse en su guarida. Al llegar al borde del edificio me agarró de la ropa y me elevó.
- ¿No lo entiendes muchacho? No soy dios ni soy el diablo. Pero conozco a ambos. No soy la muerte ni la vida, pero trato con las dos. Conozco cada historia grande y pequeña porque la he escrito yo, conozco todo lo que pasa en este mundo porque yo lo he hecho así. No muchacho no soy dios, pero yo escribo su guión. Yo soy el Narrador.
Empecé a patalear y a golpear sus brazos intentado liberarme, como una mosca atrapada en una red.
- He vivido por siempre y no moriré hasta que no haya desaparecido el último átomo del universo en una nueva supernova y todo vuelva a empezar y yo vuelva a nacer. Como ha ocurrido infinitas veces en un ciclo sin fin. Me has hecho muchas preguntas pero no las correctas. Pregunta lo que de verdad quieres saber.
Obedecí, sin que mi cabeza lo pensara mi boca habló por mí, como si fuera una respuesta pre programada a esas palabras.
- ¡¿Qué es lo que escribes?!
- ¡Todo!
- ¡¿Quién soy?!
- El que no tiene historia, el gris, el que espera. A ti nunca te pasaba nada ¿verdad? Todo era siempre igual. Tu historia nunca será tuya sino de otros. No eres nada y lo eres todo
- ¡¿Por qué yo? ¿Por qué me has traído aquí y me dices todo esto?¿Por qué te he visto?!
De repente me soltó y caí al suelo. Lentamente se sentó y pude ver en sus ojos todos los años que había vivido, toda la gente que había visto morir y toda su humanidad arrancada a pedazos con el paso de los siglos.
- Porque estoy cansando… muy cansado…
Y por un momento, solo un momento, lo vi casi humano. Le miré y supe cual debía ser la siguiente pregunta.
- ¿Cuál es tu nombre?
Sonrió.
- He tenido muchos nombres, tú puedes llamarme Ángel, siempre me gusto ese nombre.
- Ángel… ¿De qué es una señal lo de las naranjas?
Sonrió de nuevo y toda la humanidad que había visto antes en él había desaparecido entre sus dientes afilados.
- Del Apocalipsis muchacho, es la primera señal del fin de todo.
Mi cara se había convertido en un retrato de terror y confusión, él avanzó hacia mí y me agarró de la mano que poco antes casi me condena al abismo. Me guió por todo el camino de vuelta a mi casa sin que pronunciara una sola palabra, estaba empezando a entender todo lo que estaba pasando... y obviamente no me estaba gustando demasiado. Entre en casa como si fuera un fantasma mientras el sonreía sabiendo que había caído completamente en su red. Al cerrar la puerta y meterme en cama no me sentí sorprendido al notar que la mano ya no me dolía.

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